Vivimos en un siglo privilegiado, donde existe el tiempo de ocio para recorrer la heredad del arte humano y su saber. Asistimos a una gran línea temporal, la cual podemos captar en imágenes. Es necesario ver cada fotografía como un capítulo de la historia salmantina, de los distintos ojos que la crearon.

El arte nos identifica y, desde este enclave, nos perite leer la narrativa entre la piedra y cipreses que engendra un sentimiento de serenidad. Las esculturas de Venancio Blanco llaman a la observación atenta y paciente, desde una panorámica cargada de fragancia verde y frescor.

Sobre la horizontal de la ciudad, la mano humana se adueña de la vertical, levanta las catedrales, el contrapunto del paisaje… Así piensa el artista, y así lo constatamos desde este ángulo junto a la muralla. El trasfondo azul se ve quebrado por los trazos de torres y pináculos.

Este es un rincón para pensar lo mirado. Para dejarse llevar por la trascendencia de la urbe creada, de aquella que existe y todas las que existieron bajo ella. Bajo la piel de casas y moradas están las raíces de la historia y de quienes la habitaron.

Si pensamos lo mirado podemos tratar de imaginar cómo era esta perspectiva cuando se levantaba el Convento de Santo Domingo: la casi invisible catedral románica empezaría a eclipsarse por la incipiente catedral gótica. El perfil monumental de la ciudad cambiaría para siempre y fundaría nuestro imaginario de la Salamanca catedralicia junto al Tormes y sus puentes.